lunes, 23 de enero de 2012

Corporativismo, servilismo, y otros comportamientos animales.



Miles de personas cuyas vacaciones se ven truncadas por un aparatoso accidente en las costas de Europa, muertos y desaparecidos, un autoritario, temerario e irresponsable capitán que se niega a aceptar que su barco se hunde y luego huye como un cobarde para salvar el pellejo, un motín de oficiales que ordenan la evacuación, la inmensa mole inclinada con su espectacular agujero en el casco y buzos buscando supervivientes atrapados con la ayuda de explosivos, una misteriosa bailarina moldava... El naufragio del Costa Concordia que nos ha contado la prensa se ha convertido en un culebrón mediático con todos los ingredientes posibles.

Pero lo que más sorprende en esta historia es el apoyo popular manifestado en el pueblo del capitán. Al parecer, los de su pueblo lo consideran un heroe y validan su actuación sin importarles cuál haya sido. El mero hecho de ser un vecino, quizás un vecino eminente, ya es suficiente para ellos.

Pero esta postura no es nueva. Nunca se acepta que el penalti a favor del equipo propio es injusto. Si mueren más de 150 personas en un avión y se sospecha de los errores de los pilotos, su sindicato se alza como una sola voz a defenderlos, si se apunta a los mecánicos, ellos también tienen apoyos. Si un deportista de éxito da positivo en sustancias dopantes, su pueblo se apresura a nombrarlo “hijo predilecto”. Políticos sospechosos de corrupción ganan una elección tras otra con los votos de aquellos cuyo dinero han dilapidado o robado.

¿Cómo puede entenderse esta conducta? ¿Por qué cientos de personas lloran a un dictador que oprime y mata de hambre a sus ciudadanos? Es inexplicable desde el punto de vista de la lógica pura.

En su interesante y denostado libro “El Mono Desnudo”, Desmond Morris compara la conducta humana con la de otros animales, especialmente con la de otros primates. Morris nos recuerda que los chimpancés y gorilas viven en grupos muy jerarquizados donde el líder es considerado amo y protector de la manada y tiene el poder absoluto sobre sus súbditos. Por puro instinto animal, o porque lo manda la buena educación, un chimpancé debe rendir pleitesía al líder. Morris sugiere que la religión y quizás las dictaduras se ven favorecidas por esa predisposición del primate que somos, a venerar a un ser superior.

Por otra parte, la defensa del grupo es otro instinto básico que compartimos con el resto de los primates y otros mamíferos. La tribu ha sido una referencia del ser humano durante un millón de años de evolución. El apoyo a ultranza a cada uno de los miembros de un grupo compuesto por unas pocas decenas de individuos era esencial para la supervivencia del grupo mismo.

Muchos científicos reniegan de las tesis de Morris. No se acepta que seguimos siendo animales y que gran parte de nuestro comportamiento está condicionado más por instintos primarios que por la lógica racional. Pero no hay explicaciones más convincentes para la justificación del crimen, la estupidez o la maldad: grupos de simios defendiendo a miembros de su manada.


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